martes, 18 de febrero de 2020

Luis Buñuel y el pin parental de Vox




Aunque entiendo que para tratar el conflicto -por utilizar la terminología que emplea la progresía para referirse al golpe de Estado en Cataluña o al Estado totalitario que pretendía  implantar la ETA en las provincias vascongadas- del llamado pin parental voxiano tal vez habría que comenzar debatiendo acerca de un ensayo de Bertrand Russell de título  Libertad frente a autoridad en materia educativa,  he querido traer aquí cierta anécdota que cuenta Jean François Revel en sus memorias de lo acontecido en la casa mexicana de Luis Buñuel, ese gigante de la cinematografía y del pensamiento avanzado más culto y apreciado. Más que nada para que todos sepamos entender el concepto desde la perspectiva de los padres. Habrá quien, por descontado,  se pregunte qué tendrá que ver el deseo y las inquietudes de un padre con los del Estado, añadiendo incluso la diferencia temporal en los modos y las costumbres. Pero eso, como diría el sabio, son otros lópez que nada influyen a lo esencial que aquí se pretende transmitir.

Al lío:

"Pese a las referencias de Los ciento veinte días de Sodoma, presentes en su obra, nada le era más ajeno, a título personal, que el sadismo y la perversidad. Como me dijo más de una vez, la belleza de lo obra maestra de Sade se debía únicamente al poder triunfal de la imaginación.Su erotismo solo reinaba en el desván de su ensoñación. Una noche, en su casa, cuando el hermano del torero Luis Miguel Dominguin, de paso por México trajo a unos cantaores y bailaores de flamenco para después de una cena, percibimos desde el principio de la actuación que de su estilo amanaba una inclinación homosexual muy pronunciada. González (era el apellido del hermano mayor y apoderado de Dominguín, y del propio Dominguín), se divertía con cierta ironía al observar cómo iba ensombreciéndose Buñuel. Luis se volvía cada diez segundos hacia mi asiento, mascullando: "Es muy equívoco, muy equívoco".  A la larga no pudo aguantarse y enseguida mandó a sus dos hijos, entonces de unos doce y dieciséis años respectivamente, a la cama, sustrayéndolos  con una gesto imperioso a la tentación de Ganímedes. Entendí fácilmente por mi propia educación que un antiguo alumno de los jesuitas podía conjugar la execración de la moral en sus vida intelectual con el puritanismo más puntilloso en sus inquietudes de padre de familia".

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