Al final de uno de los capítulos del excelente ensayo Intelectuales, el historiador y periodista Paul Johnson escribe así sobre Sartre: En realidad Sartre, como Russell, no logró dar ninguna coherencia ni firmeza a sus opiniones políticas. No le sobrevivió ningún cuerpo de doctrina. Al final, otra vez como Russell, no representó nada más que un vago deseo de pertenecer a la izquierda y al campo de la juventud.
Del cineasta Fernando Trueba, que pese a su reconocida profesionalidad como cineasta no tiene la talla intelectual de Jean Paul y Bertrand, cabe afirmar exactamente lo mismo tras leer sus declaraciones acerca de que todas las dictaduras son de derechas, que ni posee coherencia ni da firmeza a sus opiniones políticas. Según el autor de Belle Epoque, la diferencia entre la derecha y la izquierda es exclusivamente de naturaleza moral: si se es bueno y amante de la libertad se es de izquierdas y si se es de derechas se es malo y sojuzgador. Nada importan por tanto las estructuras económicas y políticas que tantos autores han tenido tan en cuenta para definir y separar conceptualmente ambas cosmovisiones.
Para Trueba, Stalin, Lenin, Che, Mao, Ceaucescu, Ho Chi Minh, Pol Pot, etcétera, son tan de derechas como lo puedan ser Hitler, Mussolini o Franco, gente de muchísima peor calaña que Castro, Fidel, que tiene a todo el mundo escolarizado y que por consiguiente se hace merecedor de su simpatía y sus excusas. Claro que con argumento tan débil no se entiende que no ofrezca también públicamente sus respetos a Hitler, que consiguió el pleno empleo, a Franco, que implementó la Seguridad Social y creó el INI y a Jrushchov, que puso en órbita el Sputnik.
La lástima, como también apunta Johnson, es que siempre hay un gran sector del público educado que exige líderes intelectuales, por poco satisfactorios que sean. Y este Trueba, después de ganar un Oscar en los Estados Unidos, es un Dios tan grande como Billy Wilder para mucha gente buena progresista de este país que aún algunos llamamos España.
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