Receloso y hambriento, pasaba a veces por delante de los cuarteles de las milicias y de los ateneos libertarios, en los que veía con rabia y envidia a los hombres de la revolución bien armados y equipados ante los grandes calderos donde hervía abundante y apetitosa la comida. Empujado por el hambre, merodeaba en torno a aquellos nuevos lugares del pueblo improvisados por la revolución, de los que se sentía proscrito como un apestado. ¿Por qué? ¿No era él también hijo del pueblo?
Un día, vencido al fin por el hambre, aflojó la mano que tenía crispada sobre la pistola y entró en uno de aquellos cuarteles a pedir un pedazo de pan.
El pan – le dijo enfáticamente un comisario comunista- es para los hombres que luchan por la revolución.
- Yo soy un proletario dispuesto a luchar por el pan y por la libertad.
- El comunista le miró receloso. ¿Todavía un fascista emboscado? ¡Bah! , un pobre diablo sin conciencia revolucionaria, concluyó. Para ir a morir al frente servía, sin embargo. Le pusieron en una mano un plato de comida y en la otra un fusil.
- Daniel, convertido en miliciano de la revolución, luchó como los buenos.
- Y murió batiéndose heroicamente por una causa que no era suya. Su causa, la de la libertad, no había en España quien la defendiese.
Así concluye Héroes, bestias y mártires de España. Lectura obligada.
P.D.: Sugerencia para este día.
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