Desde hace ya muchísimos años, mis entradas de año nuevo van asociadas a las transmisiones por televisión de los saltos de esquí desde la estación de Garmisch-Partenkirchen. Aún recuerdo con admiración los duelos en las alturas entre Matti Nykänen -otro ídolo roto por la fama y el alcohol- y Jens Weissflog, quizás los dos últimos ícaros románticos de un deporte cada vez más tecnificado y saludable.
Quizás, como cantara Fangoria desde el punto de vista químico, la verdadera libertad sea esto: saltar más de 100 metros desde un trampolín nevado con pleno contacto con la naturaleza comprobando los límites del cuerpo humano.
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