"¿Es cierto que la democracia por principio debe tolerar a aquellos que quieran destruirla? He aquí mi respuesta: en un plano estrictamente teórico, ningún régimen se define por el hecho de que no se defienda. La democracia no se define por el hecho de que ella diga: aquel que no desee el régimen de competición pacífica, puede hacer cualquier cosa para destruirlo. El principio consiste, de antemano, en organizar una competición pacífica por el ejercicio del poder. Por definición, la competición está hecha para aquellos que aceptan las reglas de la competencia pacífica. A partir del momento en el cual los individuos o los grupos plantean que están contra el sistema, que ellos son hostiles al sistema y que quieren destruirlo, los que acepten el sistema tienen todo el derecho de defenderse. Esto no es contrario al principio.
En teoría no hay ninguna dificultad para que los partidarios del sistema democrático se defiendan. Desde el punto de vista práctico es difícil, porque no se sabe de manera exacta dónde situar el límite a partir del cual la oposición es ilegítima, es decir , el punto a partir del que no se tiene derecho a participar en la competición. […]Como siempre, no hay una solución radical; en tales casos impera el sentido común. O sea, que no hay que apartarlos de la vida cotidiana; pero es lícito establecer determinados límites a los puestos o funciones –incluso en la enseñanza- que ellos puedan ocupar". Raymond Aron, Introducción a la filosofía política, 1999, páginas 110 y 111.
El verdadero problema, la cuestión esencial que nos ocupa, radica en que es el Estado impulsado por el propio Gobierno el que pone todos los medios decisivos a su alcance para que el sistema no se defienda de la tentación totalitaria señalando de manera inequívoca su vocación de lograr objetivos políticos que acordonen sanitariamente al único partido que, ejerciendo la más estricta lealtad sistémica, puede ser alternativa gubernamental.
Dicho el román paladino: El PSOE se alía con el diablo político, al cabo, semejante en lo ideológico, previa total degradación del máximo tribunal de justicia -en definitiva, un tribunal dependiente del poder ejecutivo- con tal de excluir de facto al PP del proceso de competición pacífica por el poder.
Esta es la democracia en la que vivimos.
Nota: Las negritas en la cita de Aron son mías.
No hay comentarios:
Publicar un comentario