A propósito de unos programas emitidos por Radio Pirenaica desde Bucarest dedicados a condenar la ejecución de Julián Grimau y en los que el exclamado sustantivo ¡Asesino! se apostillaba tras cada uno de los nombres de los miembros del gobierno franquista, cuenta Jordi Sole Tura en sus memorias que Santiago Carrillo reprobó la actitud de los redactores del programa al considerar un error político el hecho de poner a todos ellos en el mismo plano mientras les aseguraba que para derrocar el régimen e instaurar la democracia sería necesario entenderse con algunos de ellos. El viejo comunista no se equivocó y así fue como los españoles hicimos el tránsito desde el franquismo a la democracia: entendiéndonos, cediendo y reconciliándonos.
Alejandro López Andrada, nuestro mayor referente literario, abunda en las páginas de ABC en esa actitud de reconciliación tan propia de los que vivieron el horror y estaban dispuestos a superarlo aunque para ello tuvieran que sacrificar convicciones y dejarse jirones de piel y litros de lágrimas en el intento. La llegada de la democracia a España de manera pacífica bien valía ese tremendo esfuerzo, al cabo, el equivalente tardío de aquel republicano paz, piedad, perdón de Azaña.
Grandeza hay en las palabras de Alejandro.
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