martes, 16 de noviembre de 2010

Hay que acabar con la televisión

Fumando y disparando espero




Tuve un compañero de clase en la facultad que flipaba con Lydia Lunch. Por entonces, se llevaba enormemente el gótico, lo negro metafísico, y este chico lo mismo le daba a los Swans, que a la Lunch que a los Cure. O que a Bahuaus y a Diamanda Galas. El pobre siempre andaba intentando que le dedicara algunos minutos de mi tiempo a sus grupos favoritos, y para ello no dudaba en ofrecerme en una casette los últimos éxitos de Sórdido mundo fantasma.

Yo andaba por aquel entonces enfebrecido con el Nuevo rock americano -NRA- y, la verdad, aunque por simple cortesía les daba algunas pasadas a las cintas -siempre de cromo, que para eso era de Ceuta y las conseguía baratas-, la mayor parte de las veces la música allí contenida me parecía un horror y los artistas que la creaban unos farsantes y unos plastas cuando no carne de frenopático.

Sigue la Lunch en lo suyo: en renegar del sistema de libre mercado mientras es contratada para exhibir sus creaciones artísticas mientras dice cuatro majaderías que ella cree revolucionarias con la intención de escandalizar a algún pazguato que todavía crea que el tocino es de borrega.

Entre tanta tontería pseudointelectual, algo con sentido llega a mascullar: Hay que acabar con la televisión. Y visto cómo está de indecente el panorama y el agujero negro económico que ha creado tanto político megalómano e irresponsable hay que darle la razón a la neoyorquina. Sin que sirva de precedente.





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