Reconozco que para estos chicos tan coloristas es una tentación difícil de vencer encontrarse un testero blanquísimo e inmaculado como el de la ermita de San Antonio, pero estoy convencido de que ellos mismos sienten vergüenza de hacer lo que hacen. Porque si no, ¿cómo entender que los grafiteos estén casi de tapadillo en una zona semiescondida cuando disponen de cientos de metros cuadrados para mostrar todo su talento y así poder realizarse como artistas?
Estos chicos saben diferenciar perfectamente el bien del mal, por eso no hay que dudar cuando, identificados, haya que darles un buen escarmiento.
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