Hoy les he estado contando a mis hijas cómo era mi feria cuando tenía su edad. Les he estado diciendo lo contento que me ponía cuando mi abuela Ana, tras romper la alcancía que iba abasteciendo durante todo el año, me daba un billete verde como fereo. Les he contado la de horas que me tiraba junto a mis primas en la caseta Del Organillo, haciendo pasar un globo por encima de las cadenetas que la adornaban mientras mis padres hablaban, bailaban o bebían...
Durante la conversación -ya por momentos batallita- he recordado la banda sonora de las ferias de mi infancia, allí, en aquella caseta que utilizaba palos de fregona o cualquier otro largo utensilio para desalojar el agua que quedaba sobre la lona en los días de lluvia.
Qué inocentes éramos entonces todos, chicos y grandes. Y qué canciones tan pícaras tocaban las orquestas.
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