Hawking , Nozick y el Dios que no existe

"Hawking ha dicho que debido a que existe un ley como la de la gravedad, el Universo pudo crearse a sí mismo. Es posible que esto pasme a algún ingenuo. Hawking ha repetido el paradigma teológico. Tiene que haber algo que sea causa sui. Lo ha encontrado en la ley de la gravedad. Lo que en verdad afirma es La ley de la gravedad es Dios. Ya lo había dicho San Agustín". José Antonio Marina, Crónica, 5 septiembre de 2010.


A ver, ¿desde cuándo, en estos tiempos modernos, es noticia destacada y destacable que un científico declare sobre la inexistencia de Dios? Es cierto que no todos los científicos tienen más de 190 de cociente intelectual ni se llaman Stephen Hawking, pero no lo es menos que casos similares en talento y prestigio lo habían sugerido –afirmar es decir mucho- bastante antes. ¿Por qué entonces la exageración mediática de lo que no ha sido otra cosa que la proposición de una mera hipótesis nada novedosa? La explicación, a mi juicio, tiene que ver con el contexto: o sea, la edición del último libro del genio de Oxford, The grand design, en la víspera de la vista de Ratzinger a Gran Bretaña.


Curiosamente, de todos los aspectos de la polémica suscitada a mí me han sorprendido dos que aunque no han pasado desapercibidos sí que quizás no se les ha prestado la suficiente atención. El primero tiene que ver, como ha subrayado Nicolás Jouve, catedrático de Genética de la Universidad de Alcalá, con que un gran físico teórico confunda creación con evolución y ofrezca a cambio la creación espontánea, algo que la biología descartó hace más de 150 años, lo que nos hace pensar con bastante crédito que este último trabajo del catedrático de Cambridge coincide con la senectud de su gran inteligencia. El segundo, relacionado con sus propias contradicciones -recordemos que en su famosísimo Historia del tiempo dejó abierta la puerta a la existencia de un Creador- y la falta de brillantez en sus más publicitadas argumentaciones, es la constatación de la negación total de la reflexión de Robert Nozick de que el máximo valor del trabajo de cualquier autor se encuentra depositado en sus últimos escritos.